Era una hermosa mañana de primavera cuando, con los
primeros rayos del Sol, Pedro el Aguador se disponía a salir de su casa con las
tinajas para dirigirse a la fuente de La Peña del Macho.
Caminaba sin prisas, conocedor de que le esperaban
muchas horas de trabajo y había que dosificar las fuerzas. Sabía que tenía por
delante un día muy duro, como todos; pero ignoraba que estaba a punto de
convertirse en el protagonista de algo que perduraría para siempre.
Caminaba ajeno a lo que le esperaba cuando, al
llegar a la Iglesia de Santa María de Mediavilla, se cruzó en su camino el
Maestro Juan el Pintor.
- Buenos días Maestro Juan. Hermoso día para
trabajar, como de costumbre.
El Maestro Juan ni oyó ni vio al aguador. Caminaba
ajeno a todo lo que le rodeaba. Al aguador no le quedó más remedio que repetir
el saludo, pero esta vez alzando la voz, algo que sobresaltó al Maestro Juan y
le hizo despertar de su absorto caminar.
- Buenos días Aguador. Lo de hermoso, vamos a
dejarlo; más bien diría... tenebroso día.
- ¿Tenebroso? Explíquese maestro, pues yo con la
duda no me voy a trabajar. Aunque ello suponga dejar a medio Teruel muerto de
sed.
Ambos se dejaron caer sobre un poyo adosado al muro
de la iglesia y, con un suspiro, el Maestro Juan le hizo saber al aguador de su
preocupación:
- Hace unos días, el párroco de Santa María de
Mediavilla me encargó pintar un retablo de categoría con la imagen central de
Cristo. Ayer me acerqué a la iglesia con el boceto ya terminado para ver mejor
su ubicación sobre el altar, cuando se me acercó Doña Mayor y, al ver el
boceto, puso el grito en el cielo diciéndome que el cordero que había pintado
no podía ser el símbolo de Cristo y que semejante pensamiento le ha llegado,
nada más y nada menos, que de un Ángel.
- Estoy azorado y aturdido. El cordero simboliza a
Jesús: su bondad, su entrega, su abandono y su humildad. Si un Ángel no ve con
buenos ojos un cordero a los pies de Cristo, ya me dirás tú qué puedo hacer.
Pero tú que me vas a decir, un aguador que no cree en la existencia de Dios.
El aguador escuchó con atención al Maestro Juan y
sus últimas palabras lo enojaron enormemente y no pudo reprimirse de contestar
con rotundidad:
- Es cierto que no creo en la existencia de Dios, y
ello me permite expresarme con total libertad de pensamiento, pues en la
Iglesia prima la fe por encima de la naturaleza, impidiendo que los hombres
sean libres.
El Maestro Juan permaneció durante largo rato con
la boca abierta y sin quitar la mirada sobre el rostro del aguador. Estaba
esperando a que un rayo divino cayera sobre el aguador y lo fulminara. Pero
como el milagro no se producía, tomó aire para decir:
- Aguador, eres un pecador, un blasfemo. Tú no
hablas, escupes demonios. Pero si tan libre decís ser, te reto a que encuentres
una solución a mi problema. O acaso tu libertad también te impide ser libre.
El aguador tenía que tomar una decisión. De no
aceptar el reto daría la sensación de que su propia libertad le impedía tomar
cualquier decisión que sobre la Iglesia tratase, demostrando, con ello, que de
alguna manera no era del todo libre.
- Maestro Juan, acepto vuestro reto y voy a
intentar ayudaros a dar con el símbolo que hará compañía a Jesús en vuestro
retablo. Escuchad:
Como muy bien sabes, Maestro Juan, mi trabajo
consiste en ir varias veces durante el día a la fuente de La Peña del Macho y
cargar mis tinajas con sus aguas para saciar la sed y las necesidades de las
gentes de Teruel. El agua que yo transporto, sacia la sed, refresca, limpia y
hace que la tierra fructifique.
Así pues, el agua de mis tinajas también está
presente en tu religión. Es el mismo Jesús quien menciona el agua en su
conversación con la samaritana revelándose Él mismo como “agua viva” al decir:
“si alguno tiene sed, que venga a Mí y beba”. Cuando vosotros, los cristianos,
decís: “el que beba de esta agua no volverá a tener sed”, “el que crea en Mí no
tendrá nunca sed”; estáis reconociendo que para vosotros, Jesús es el agua viva
que apaga vuestra sed.
También mencionáis el agua en el diluvio universal
para purificar la faz de la tierra y la utilizáis en el acto del Bautismo como
acción regeneradora de Jesucristo.
El agua significa fertilidad, fecundidad y vida,
sin ella todos estaríamos muertos. Si para vosotros Jesús significa la vida, el
agua es el símbolo que estás buscando, Maestro Juan.
El Maestro Juan quedo nuevamente con la boca
abierta, pero esta vez a punto de desencajarse a juzgar por el enorme boquete
en el que se había convertido su rostro. Ahora no estaba esperando el rayo
divino, no sabía qué decir, el pecador tenía toda la razón y le costaba reconocerlo.
Y muy pausadamente, pudo mover los labios para decir:
- Divino trabajo el tuyo, aguador; llevando la vida
a nuestras gentes.
El aguador, con una sonrisa, le contestó:
- ¿Llevando la vida? Querrá decir quitando la sed,
pues Dios sólo hay uno, ¿no?
Convencido de que el agua era el símbolo, no sabía
cómo representarlo en el retablo. Por lo que pidió consejo al aguador.
- ¿Cómo puedo representar el agua en el retablo? Ya
que no voy a pintar una pequeña charca a los pies de Cristo.
El aguador parecía que lo tenía todo pensado, ya
que de inmediato le contestó:
- Creo que no debes pintar el agua sobre el
retablo, sino lo que hace posible que la misma llegue a su destino. El agua es
vida, pero de nada sirve si esta no llega a su lugar. Te sugiero que pintes una
tinaja a los pies de Cristo como símbolo. Ella alberga en su interior todo lo
que Cristo representa para los cristianos. Pero si ello no es de tu agrado, siempre
puedes pintar al lado de Cristo a quien, a costa de su esfuerzo, carga con la
tinaja en sus espaldas.
El Maestro Juan no pudo contener la risa y entre
carcajadas pudo decir:
- Demonios, quieres decir que te pinte a ti como
símbolo de Cristo en mi retablo para que las gentes de Teruel me vuelvan loco
preguntándome ¿quién es ese que está junto a Cristo? Creo que tienes toda la razón al decir que
utilice a la tinaja como símbolo, no se trata de un animal, y cuando informe de
todos los detalles de nuestra conversación a Doña Mayor, seguro que estará
encantada con la idea.
A los pocos meses, la Iglesia de Santa María de
Mediavilla lucía un hermoso retablo sobre su altar con la imagen de Cristo en
su centro, y a cuyos pies podía verse una preciosa tinaja por cuyos bordes se
dejaban caer unos finos hilos de cristalina agua.