28 de enero de 2014

Ya queda menos

Ya queda menos para ver la ciudad de Teruel transformada y hacernos viajar en el tiempo y sumergirnos en la época Medieval.
Durante los días 20, 21, 22 y 23 de febrero, las calles de la ciudad vuelven a sus raíces, albergando un mercadillo medieval, numerosas haimas... En ellas se celebran torneos, se hacen grandes hogueras, los aguadores reparten el apreciado líquido, se subastan huerfanitos, se queman brujas....
La historia de los amantes de Teruel es representada a lo largo de todo el fin de semana, usando las calles de Teruel como el mejor de los escenarios posibles: desde la llegada de Diego por la cuesta de la Andaquilla hasta el funeral de los amantes, la obra se compone de varias escenas que se irán representando a lo largo del fin de semana en todas las calles de Teruel.
Los organizadores de la fiesta miman absolutamente todos los detalles, y eso se nota. La fiesta de Las Bodas de Isabel ha alcanzado en pocos años el reconocimiento de "Fiesta de Interés Turístico Nacional"
No faltes a esta maravillosa fiesta y no dejes de visitar la haima de LOS AGUADORES.

26 de enero de 2014

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Nuestro primer año


EL DIVINO AGUADOR


Era una hermosa mañana de primavera cuando, con los primeros rayos del Sol, Pedro el Aguador se disponía a salir de su casa con las tinajas para dirigirse a la fuente de La Peña del Macho.

Caminaba sin prisas, conocedor de que le esperaban muchas horas de trabajo y había que dosificar las fuerzas. Sabía que tenía por delante un día muy duro, como todos; pero ignoraba que estaba a punto de convertirse en el protagonista de algo que perduraría para siempre.

Caminaba ajeno a lo que le esperaba cuando, al llegar a la Iglesia de Santa María de Mediavilla, se cruzó en su camino el Maestro Juan el Pintor.

- Buenos días Maestro Juan. Hermoso día para trabajar, como de costumbre.

El Maestro Juan ni oyó ni vio al aguador. Caminaba ajeno a todo lo que le rodeaba. Al aguador no le quedó más remedio que repetir el saludo, pero esta vez alzando la voz, algo que sobresaltó al Maestro Juan y le hizo despertar de su absorto caminar.

- Buenos días Aguador. Lo de hermoso, vamos a dejarlo; más bien diría... tenebroso día.

- ¿Tenebroso? Explíquese maestro, pues yo con la duda no me voy a trabajar. Aunque ello suponga dejar a medio Teruel muerto de sed.

Ambos se dejaron caer sobre un poyo adosado al muro de la iglesia y, con un suspiro, el Maestro Juan le hizo saber al aguador de su preocupación:

- Hace unos días, el párroco de Santa María de Mediavilla me encargó pintar un retablo de categoría con la imagen central de Cristo. Ayer me acerqué a la iglesia con el boceto ya terminado para ver mejor su ubicación sobre el altar, cuando se me acercó Doña Mayor y, al ver el boceto, puso el grito en el cielo diciéndome que el cordero que había pintado no podía ser el símbolo de Cristo y que semejante pensamiento le ha llegado, nada más y nada menos, que de un Ángel.

- Estoy azorado y aturdido. El cordero simboliza a Jesús: su bondad, su entrega, su abandono y su humildad. Si un Ángel no ve con buenos ojos un cordero a los pies de Cristo, ya me dirás tú qué puedo hacer. Pero tú que me vas a decir, un aguador que no cree en la existencia de Dios.

El aguador escuchó con atención al Maestro Juan y sus últimas palabras lo enojaron enormemente y no pudo reprimirse de contestar con rotundidad:

- Es cierto que no creo en la existencia de Dios, y ello me permite expresarme con total libertad de pensamiento, pues en la Iglesia prima la fe por encima de la naturaleza, impidiendo que los hombres sean libres.

El Maestro Juan permaneció durante largo rato con la boca abierta y sin quitar la mirada sobre el rostro del aguador. Estaba esperando a que un rayo divino cayera sobre el aguador y lo fulminara. Pero como el milagro no se producía, tomó aire para decir:

- Aguador, eres un pecador, un blasfemo. Tú no hablas, escupes demonios. Pero si tan libre decís ser, te reto a que encuentres una solución a mi problema. O acaso tu libertad también te impide ser libre.

El aguador tenía que tomar una decisión. De no aceptar el reto daría la sensación de que su propia libertad le impedía tomar cualquier decisión que sobre la Iglesia tratase, demostrando, con ello, que de alguna manera no era del todo libre.

- Maestro Juan, acepto vuestro reto y voy a intentar ayudaros a dar con el símbolo que hará compañía a Jesús en vuestro retablo. Escuchad:

Como muy bien sabes, Maestro Juan, mi trabajo consiste en ir varias veces durante el día a la fuente de La Peña del Macho y cargar mis tinajas con sus aguas para saciar la sed y las necesidades de las gentes de Teruel. El agua que yo transporto, sacia la sed, refresca, limpia y hace que la tierra fructifique.

Así pues, el agua de mis tinajas también está presente en tu religión. Es el mismo Jesús quien menciona el agua en su conversación con la samaritana revelándose Él mismo como “agua viva” al decir: “si alguno tiene sed, que venga a Mí y beba”. Cuando vosotros, los cristianos, decís: “el que beba de esta agua no volverá a tener sed”, “el que crea en Mí no tendrá nunca sed”; estáis reconociendo que para vosotros, Jesús es el agua viva que apaga vuestra sed.

También mencionáis el agua en el diluvio universal para purificar la faz de la tierra y la utilizáis en el acto del Bautismo como acción regeneradora de Jesucristo.

El agua significa fertilidad, fecundidad y vida, sin ella todos estaríamos muertos. Si para vosotros Jesús significa la vida, el agua es el símbolo que estás buscando, Maestro Juan.

El Maestro Juan quedo nuevamente con la boca abierta, pero esta vez a punto de desencajarse a juzgar por el enorme boquete en el que se había convertido su rostro. Ahora no estaba esperando el rayo divino, no sabía qué decir, el pecador tenía toda la razón y le costaba reconocerlo. Y muy pausadamente, pudo mover los labios para decir:

- Divino trabajo el tuyo, aguador; llevando la vida a nuestras gentes.

El aguador, con una sonrisa, le contestó:

- ¿Llevando la vida? Querrá decir quitando la sed, pues Dios sólo hay uno, ¿no?

Convencido de que el agua era el símbolo, no sabía cómo representarlo en el retablo. Por lo que pidió consejo al aguador.

- ¿Cómo puedo representar el agua en el retablo? Ya que no voy a pintar una pequeña charca a los pies de Cristo.

El aguador parecía que lo tenía todo pensado, ya que de inmediato le contestó:

- Creo que no debes pintar el agua sobre el retablo, sino lo que hace posible que la misma llegue a su destino. El agua es vida, pero de nada sirve si esta no llega a su lugar. Te sugiero que pintes una tinaja a los pies de Cristo como símbolo. Ella alberga en su interior todo lo que Cristo representa para los cristianos. Pero si ello no es de tu agrado, siempre puedes pintar al lado de Cristo a quien, a costa de su esfuerzo, carga con la tinaja en sus espaldas.

El Maestro Juan no pudo contener la risa y entre carcajadas pudo decir:

- Demonios, quieres decir que te pinte a ti como símbolo de Cristo en mi retablo para que las gentes de Teruel me vuelvan loco preguntándome ¿quién es ese que está junto a Cristo?  Creo que tienes toda la razón al decir que utilice a la tinaja como símbolo, no se trata de un animal, y cuando informe de todos los detalles de nuestra conversación a Doña Mayor, seguro que estará encantada con la idea.

A los pocos meses, la Iglesia de Santa María de Mediavilla lucía un hermoso retablo sobre su altar con la imagen de Cristo en su centro, y a cuyos pies podía verse una preciosa tinaja por cuyos bordes se dejaban caer unos finos hilos de cristalina agua.

EL AGUADOR Y EL JINETE

El Sol había alcanzado su culminación y el fuerte calor se dejaba notar. El aire golpeaba el rostro de un jinete que, a galope, cabalgaba por un camino bordeado de campos y cuyos labradores ya hacía tiempo que habían dejado de faenar en espera de que el Sol amainara su furia.

En un instante, el jinete detuvo la marcha y se quedó observando aquello que hace muchos años dejó: las murallas de su ciudad. La ciudad de Teruel.

Muchos recuerdos invadieron al misterioso jinete y conforme iba alimentándose de ellos, su rostro se transformó lentamente hasta alcanzar una expresión que denotaba una extraña y contenida felicidad.

Al poco, inicio la marcha y pronto divisó la ermita de la Villa Vieja. A su paso por el santo lugar, su corazón aceleró los latidos. Poco después, el camino discurría su paso por el Molino del Rey, Monasterio de San Francisco y Hospital de San Sebastián.

Enfrente tenía una de las entradas a la ciudad: la Puerta de Daroca. Se detuvo unos instantes y, después de dudar, decidió tomar el camino de la izquierda que conducía a la Puerta de Zaragoza. Quería ver a su ciudad como la dejó años atrás, llena de vida con sus gentes por las calles. Y para ello, nada mejor que hacerlo por la Calle Tozal, llena de comerciantes, botigas, almacenes y bodegas para luego desembocar en la plaza Mayor, centro álgido de la vida ciudadana y donde estaba instalado el mercado.

Pero al llegar al Postigo de San Miguel, pareció pensarlo mejor y, tirando de las riendas, obligó a su caballo a dirigirse nuevamente hacia la Puerta de Daroca. Esta entrada le permitiría llegar a su destino más discretamente y evitar que alguien pudiera reconocerlo y perder tiempo.

Después de atravesar la Puerta de Daroca, inició la subida por la calle Andaquilla. Al poco, le llamó la atención un hombre que, apoyado en los muros de la iglesia de San Martín, no dejaba de maldecir y blasfemar.

El jinete, pensando que le había ocurrido alguna desgracia, se le acercó:

- ¿Qué os sucede buen hombre? ¿puedo ayudaros en algo?

El hombre se sentó en el suelo. A su lado tenía dos tinajas de diferentes tamaños y llenas de agua que debía transportar apoyando una sobre la espalda y otra sobre el pecho ayudándose con unas cuerdas.

- Juro que prefiero morir antes que continuar con este trabajo cuyo peso es imposible de soportar. Y éste ya es el quinto viaje que acarreo agua desde la fuente de la Peña del Macho. Y por si esto fuera poco, el pozo que vuestra merced puede ver aquí, se ha secado. ¡Antes morir que ser aguador!

El jinete comprendió que no se trataba de nada grave y trató de consolarlo.

- Pero, aguador, ese peso que debes acarrear te permite vivir a ti y a los tuyos. Además, si hoy es el quinto viaje que realizas, he de juzgar que el negocio os es más que favorable.

- No os llevéis a engaño, buen señor, pues todo lo que reluce no es oro. Hoy tengo un trabajo extra: la celebración de la boda de Isabel de Segura con el señor Azagra de Albarracín han dejado vacías todas las tinajas de la casa de Don Pedro de Segura y ahora tengo que llenarlas sin demora alguna.
Aquellas palabras transformaron el rostro del jinete que, petrificado por lo que acababa de oír, quedó como ausente de todo lo que le rodeaba. Las palabras del aguador le hicieron ver una realidad que hasta ese momento se negaba a reconocer.

El aguador, preocupado por el aspecto del jinete, que parecía que se iba a desvanecer y caer de su montura, se le acercó:

- ¡Señor! ¿Qué os sucede? Parece como si de repente hubierais visto al mismísimo diablo.

El jinete, haciendo un enorme esfuerzo y muestra de su cortesía, le contestó:

- Aguador, sigue y no abandones tu oficio, pues el peso que tú debes de sufrir te permite vivir. Sin embargo, el que en estos momentos llevo yo en mi corazón, os aseguro que es un peso que no puedo llevar ni soportar.

El aguador, asustado y contrariado ante el lamentable estado del jinete, afirmó:

- Os juro, señor, que si el causante de vuestro estado y de la expresión de vuestro rostro es ese peso invisible que decís llevar en el corazón; a buen seguro que podré con esas dos tinajas y cuatro más como ellas.

Cuando el jinete inició su marcha, abatido y dejándose llevar por su caballo, el aguador le preguntó:

- Señor, ¿puedo saber su nombre?

El jinete, ya sin fuerzas, le contestó:

- Diego de Marcilla.

Al día siguiente, el aguador se enteró del fallecimiento de Don Diego de Marcilla. En la ciudad no se hablaba de otra cosa que de su extraña muerte. Pero por inexplicable que ésta parezca, el aguador sabía que la falta de un beso era suficiente para aumentar el peso y dejar sin latido su corazón.